19/11/05

Mallorca, entre charcos y piscinas . José E. Iglesias. DM 25 d'agost de 2005

Hace unos meses se me ocurrió preguntar a alguien del círculo cercano de Jaume Matas: "Si el president tuviera que elegir entre Pedro Serra o Pedro J. Ramírez, ¿a quién crees que defendería?". La pregunta contenía toda la intención indagadora sobre las querencias militantes de la primera autoridad balear. Nacía, entonces, la batalla sin disimulos por controlar las lábiles voluntades de los políticos baleares. Para mi sorpresa no se anduvo por las ramas, dijo un nombre, con contundencia y certeza, incluso parafraseó al president para ilustrar la respuesta.
Y ahora, meses después, aquélla se me antoja quebradiza y pasajera: digamos que el panorama mediático no se dibujaba con trazos tan perversos como los que hoy intentan protagonizar la actualidad balear. "El poder informativo es la triste historia de la virgen que acabó en el prostíbulo", escribió, con cuánta razón, Vázquez Montalbán. Qué envilecimiento contemplamos en los papeles periódicos que se editan ahora en Mallorca. Pena de otras épocas, en que los debates se mostraban con mayor trascendencia, buscando remover las conciencias de la opinión pública para definir el futuro de la comunidad. Que en pleno siglo XXI regresemos a las polémicas de pacotilla nos enseña que estamos anclados en la evolución cero. Miss Giacomini para arriba. Miss Giacomini para abajo. Provincianismo sin faja que subyace al oropel, al pelotazo y a la obra pública desaforada. ¿Es posible que Mallorca entera y parte de España se batan el cobre en torno a una piscina instalada en dominio público? Obviamente la polémica no es tan sencilla. A lo que asistimos es a un pulso sin escrúpulos entre dos maneras diferentes de ver el periodismo pero con un denominador común: la vocación de domesticar las voluntades políticas ejerciendo la terrible máxima del ´vale todo´. Los medios que nos circundan han perdido sus respectivos nortes en la desbocada notoriedad de sus dirigentes y han pillado en la marea, ironías de la vida, a los relamidos políticos que los han engordado. Ahí, en medio de la marabunta de intereses y sinrazones, no nos van a encontrar, salvo en lo que respecta a nuestra obligación para con los ciudadanos de aportar un poco de sentido común en todo aquello que pueda afectar al interés general de Mallorca. Ni que decir tiene que nuestra permanente crítica a las maneras de hacer y de aprovecharse de la cosa pública de Pedro Serra y sus entornos no busca reemplazarlo, sino establecer relaciones éticas y razonables con y entre los poderes públicos de este país. El caso del Baluard es paradigmático de como no debe ejercerse la propiedad de medios de comunicación. Lo del frustrado pelotazo de Son Massot es más de lo mismo pero en tiempos equívocos, cuando, como escribí otras veces, el miedo a la represalia ya no es generalizado, cuando quienes han permanecido diezmados y silenciados empiezan a pasar factura al antes todopoderoso propietario del diario sensacionalista. Como respuesta a la crítica siempre documentada y razonada, el señor del Baluard se explayó en requerimientos y demandas para silenciarnos, algo que nunca logró. Ahora, la rabia la vuelca en el punto débil de nuestros otros competidores, alejados también en fines y medios del DIARIO de MALLORCA: la piscina de Pedro J. Ramírez, ilegal incluso tras la intervención del amigo Jaume Matas como ministro de Medio Ambiente. En sí misma, lo de la piscina es una chorrada, una excusa bélica del ex amigo de Ramírez, porque efectivamente la costa española está llena de ilegalidades y ésta es una más, para eso se escribió la Ley de Costas, para enrojecer a sus redactores, al Ejecutivo y también a sus usuarios. Lo que se debate en Costa dels Pins no es cómo encauzar las piscinas y las ocupaciones ilegales de nuestro litoral en el caudal de la ley, sino el apellido emblemático del periodismo de la derecha política. La izquierda nacionalista quiere pillar cacho de la trapisonda del ya exánime y abandonado por sus francotiradores Serra, pero ERC, PSM, IU y Els Verds yerran en sus acciones de asalto instigado. Deberían dejar de comer en la mano venenosa que les brinda quien dirige la chapuza orgánica del Baluard y afrontar la iniquidad de nuestras costas con más miras que la del charco de su oponente político. El derecho a la protesta no pasa por intimidar e invadir la privacidad que dicta la legalidad actual, por muy injusta que sea. Hubiera sido deseable que las malas artes no traspasaran la órbita del senyoret que las promueve, quien ni corto ni perezoso ya ha llamado a la movilización popular, como cuando le pillaron con la mano en la caja de las facturas: ¡La que montó en nombre de la libertad de expresión! La culpa y responsabilidad, como siempre hemos dicho, recae sobre nuestros políticos y allegados, que desde la inoperancia y la búsqueda de favores mediáticos montan polvos sin advertir el lodo que aquéllos generan tarde o temprano. Asustaditos los tienen quienes más han usado y abusado de ellos. De esas bien pagadas amistades, estos insomnios. Ni que decir tiene que Ramírez no es un mirlo blanco, como creo haber dejado claro. Sus maneras inquietan y distan un hemisferio de lo que nosotros entendemos por profesión periodística. El otro día nos desayunamos con que Jaume Matas le había pedido perdón en nombre de Balears, y somos legión quienes nos preguntamos en nombre de qué Balears y qué tenemos que ver los ciudadanos con que un par de furibundos traspasaran la barrera de la razón del particular. El hecho, exagerado a todas luces, no puede ser calificado más que de grave error de quien dirige el Govern como una finca a la que invitar a sus amigos. Por si fuera poco, esa noche el desagraviado por un millón de ciudadanos insulares sentó sus reales en la mesa presidencial del centenario del Fomento del Turismo y no pocos le rindieron la pleitesía que le hubieran rendido al mismísimo Pedro Serra (¿se la rindieron?) hace unos años. Otros, sin comulgar precisamente con los boicoteadores del bando serrista, se hacían cruces ante el desatino. El del millón de baleares aceptó encantado sin que ese espíritu crítico del que hace gala su pluma le encendiera las alarmas. "Pues, se lo agradezco, pero no puedo aceptar", hubiera sido la respuesta esperada por quienes no tenemos nada que agradecer a nadie a través de nuestras informaciones. Sabemos hasta donde son capaces de llegar algunos representantes institucionales, por eso, por una sociedad de manos limpias, debemos ser los propios medios quienes establezcamos las distancias necesarias, enfriando halagos y lisonjas. Porque después de sentarte a una mesa de alta representación social donde no debieras estar, lo que sigue es un homenaje bajo palio y banda de música y de ahí a una recalificación urbanística o a un Baluard II hay un paso. Espero que no se les ocurra comprarle un barco para que nos siga regalando con su presencia estival. La noche de marras escuché que alguien decía que la celebración era una cena política. Pero todavía confío en que la política continúe en lo trascendente, lo altruista y la elevación ciudadana. Aquello no pasó de una exhibición más de provincianismo con un toque ridículo de Mamá cumple cien años. Confieso que terminé la cena confuso, sin saber a cuál de los Pedros había visto tonteando con Matas, Cirer y el presidente del Fomento, entre otros. Hace unos meses pregunté por el Pedro preferido en el Consolat y hoy, al terminar este artículo, no puedo menos que esbozar una sonrisa sarcástica recordando la chorrada de mi pregunta y mi traviesa ingenuidad.

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